Maestro de una generación de narradores, Miguel Briante murió un 25 de enero de 1995. La muerte de los creadores en la plenitud de sus poderes suele ser acusada con benevolencia de “prematura”. Aún así, a 24 años de su partida, aquí en su pueblo natal, el lugar donde transcurren sus personajes aquellas líneas de sus cuentos, siempre recordamos su nombre y su obra. Dueño de un estilo precoz, ajustado, filoso que fue logrando desde temprana edad, cuando nace Kincón, y obtiene el Primer Premio del Segundo Concurso de Cuentistas Americanos. Desde ese entonces, fue marcando un camino en la narración argentina, bajo el influjo de un realismo amplio, que no se ajustaba a consignas ni restricciones.
Ejerció además los oficios de periodista y crítico de arte en numerosas publicaciones. El escritor que trabaja mucho en periodismo tiene que luchar para que los vicios de la prensa no le arruinen sus cuentos. Sin embargo, Briante lo hacia con la misma lucidez: el lograba una narración periodística y literaria perfecta, con una destreza única. También demostró ser un eficaz funcionario de la cultura como director del Centro Cultural Recoleta: “Los ejes del hecho cultural -sostenía Briante- son tres: la libertad, el compromiso y la acción. La cultura no debe estar asociada al arte decorativo, sino al gesto creativo, a la libertad, a la difusión, al estímulo, a la actualización de los programas educativos».
Mucho más podemos decir de él y de su trayectoria. Podríamos citar también a sus colegas y amigos al pronunciarse sobre su desaparición física. Porque Briante dejó su cuerpo de hombre para transformarse en palabra.
Y así nos queda su obra. Su magia a través de sus relatos. Los belgranenses debemos proponernos quizá revalorizar su obra aún más. Divulgarla aquí, en su tierra, el escenario de su literatura. Pues Briante es nuestro, forma parte de esa herencia cultural que tienen los pueblos.
Fuente: Facebook del Museo Histórico Municipal Alfredo Mulgura
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